La vida es un descuido que nos ponen por delante, un paso
hacia el frente, un rayo de sol fugaz que se escapa de tus manos antes de que
puedas atraparlo.
Quiero ser y creer, que seré todo lo que yo quiera, que
querré todo lo que sea, que lo que sea me quiera a mí y así nunca más
preocuparme por si me quieren, o si me quieren y no lo sé.
Quiero ser, consciente de todas las realidades que mi vida
conlleva, consciente de que mañana no, pero hoy sí, que pasado tal vez, y que
dentro de tres días ni de coña. Consciente de la hora y el tiempo en el que me
encuentro, sentirme como es y no como tergiverso. Doblo los folios de papel una
y otra vez hasta que son completamente distintos a su comienzo, les cambio el
nombre a todos mis animales de compañía, me arriesgo y parto los bolígrafos para
así descubrir si es verdad eso que dicen de que contiene tinta dentro, a pesar
de haber roto los cuarenta y tres anteriores y aun así no fiarme de este.
Quiero sacar de mi cabeza a los saltamontes que me perturban,
me llenan de telarañas viejas, me hacen mirar en todas las direcciones excepto
hacia el frente, me vacían por completo cualquier posibilidad de hacer lo que
más deseo, me traen al pecho un frío polar cargado de nudos en la garganta y
amenazan con no irse hasta que la luna amanezca.
La vida es un chasqueo de dedos, un libro de tres páginas,
la distancia que hay entre el mar y los peces. Es una caída al abismo de tres
metros de altura.
Corta y efímera, por eso le declaro la guerra a todos los
fantasmas que amenazan con salir de mi armario y me armo de valor para derrotar
a todos los monstruos que viven debajo de mi cama, que yo no me dejo llevar más
por vendedores ambulantes que dicen tener todo lo que necesito y tras comprarlo, se
desmonte a los veinticuatro segundos de ponerlo sobre mi cómoda.