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jueves, 24 de septiembre de 2015

No compro nada sin garantía


La vida es un descuido que nos ponen por delante, un paso hacia el frente, un rayo de sol fugaz que se escapa de tus manos antes de que puedas atraparlo.

Quiero ser y creer, que seré todo lo que yo quiera, que querré todo lo que sea, que lo que sea me quiera a mí y así nunca más preocuparme por si me quieren, o si me quieren y no lo sé.

Quiero ser, consciente de todas las realidades que mi vida conlleva, consciente de que mañana no, pero hoy sí, que pasado tal vez, y que dentro de tres días ni de coña. Consciente de la hora y el tiempo en el que me encuentro, sentirme como es y no como tergiverso. Doblo los folios de papel una y otra vez hasta que son completamente distintos a su comienzo, les cambio el nombre a todos mis animales de compañía, me arriesgo y parto los bolígrafos para así descubrir si es verdad eso que dicen de que contiene tinta dentro, a pesar de haber roto los cuarenta y tres anteriores y aun así no fiarme de este.

Quiero sacar de mi cabeza a los saltamontes que me perturban, me llenan de telarañas viejas, me hacen mirar en todas las direcciones excepto hacia el frente, me vacían por completo cualquier posibilidad de hacer lo que más deseo, me traen al pecho un frío polar cargado de nudos en la garganta y amenazan con no irse hasta que la luna amanezca.

La vida es un chasqueo de dedos, un libro de tres páginas, la distancia que hay entre el mar y los peces. Es una caída al abismo de tres metros de altura.

Corta y efímera, por eso le declaro la guerra a todos los fantasmas que amenazan con salir de mi armario y me armo de valor para derrotar a todos los monstruos que viven debajo de mi cama, que yo no me dejo llevar más por vendedores ambulantes que dicen tener todo lo que necesito y tras comprarlo, se desmonte a los veinticuatro segundos de ponerlo sobre mi cómoda.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Aleatorio


Parece que ando a destiempo, con el punto fijo en la colina que está al otro lado del valle, y  a veces ni eso, que solo estoy de paso, como un turista que no piensa quedarse mucho tiempo en esa ciudad de la que se ha quedado prendado porque tiene estabilidad en otra parte, porque todas las playas y los rompientes no son suficientes para hacer que renuncie a su apartamento del centro dónde el ruido está a la orden del día y duerme cuatro veces por semana. Las torres, las ruinas y las calles de piedra no compensan el frío de cara cuando llega el invierno, que hace mucho, los lagos se congelan, las estufas se rompen y los quitanieves tienen tanto trabajo que nunca es víspera de navidad, tormentas, truenos y relámpagos. La primavera en cambio, es todo lo que un cuerpo pudiera desear, cálidas brisas que traen consigo todos los deseos que nunca habrías encontrado en tu cabeza, rayos de sol a través del cristal de mi ventana y se lleva el pelo entre mojado para que esta ciudad haga lo que quiera, lo que le apetezca y lo que más desee con él, porque será lo que yo más desee también.

Parece que estoy de paso, pero me he fijado en que ningún día es igual, el tiempo nunca es el mismo, las estaciones cambian cada semana, y los días festivos son un día cualquiera. Nada estable, y tanto que sé que en un callejón de la avenida principal estás escritos nuestros nombres en lápiz, y hay que escribir encima con frecuencia para que no se borre. Escribo veintiséis veces al día, que es mucho más que “con frecuencia”.

Quisiera volver al ruido, a la rutina, al pequeño apartamento con todo a mano, pero es que, no quiero. Prefiero la inmensidad en la que se comprimen los buenos y malos tratos, el horizonte tan incierto como el día de mañana, ya que el mar nunca ha estado tan calmado como ahora.