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jueves, 10 de diciembre de 2015

No quiero orden.

Lo siento, si he descuidado todos mis viejos papeles. Perdón si no encuentro nada en mi desordenada habitación, si he descuidado mi orden y el caos reina los siete mares de mi saliva. Siento haber colocado las sillas de mis obstáculos de manera que pueda sentarme a verlos de lejos, unas encima de otra, y el punto que las sostiene es, mi punto.
Tengo un dedo del pie sobre el suelo, lo demás vuela y se desordena con el viento. Mis manos rozan el polvo que he levantado con tanto aspaviento. Mi pelo se despeina con el paso de años, que pasan en tan solo segundos.
Mis lámparas no alumbran si no he estado horas al sol antes.
Tiré, al suelo, todos los ladrillos oscuros, opacos, que separaban mis manos temblorosas de las uñas de otra. Lo tiré, sin ningún remordimiento, que mis ojos jamás vieron tantos cimientos caerse, y los míos quedarse tan intactos, que mis pies nunca sintieron tanta fuerza para sostenerse. Lo tiré, y ahora esta desmoronado sobre mis piernas.
Los armarios boca abajo, yo, boca arriba, nadando entre tanto escombro. Por una vez disfruto del horizonte.
No tengo principio ni fin, ni tiempo ni espacio que definan mi lugar de nacimiento. Mi muerte es incierta, por lo menos para mí.
Mi hora de llegada es un reloj de arena al que le das la vuelta dos minutos antes de que consuma. Eterna.
No puedo medir con el metro, la parcela donde duermo.
No quiero orden.
No muros con ladrillos en forma de rectángulo, no quiero pinturas tristes que apagan mi imaginación, ni ventanas que den a un recinto cerrado, ni partes, ni formas, ni horarios inflexibles, porque nunca me han gustado los relojes de bolsillo. No quiero pilas ni cargadores, tan solo el impulso del deseo de buscar la luz.
No quiero que ordenes mis sueños partidos ni mis deseos divididos en lo que podía y lo que se ha clavado poco a poco, como una astilla desde mi dedo índice, hasta mis costillas.
Dejad todo como está, esparcido y sucio, que no quiero orden, porque en el desorden, estas tú.