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domingo, 11 de diciembre de 2016

La inspiración es la contaminación del alma

Suena un poco riduculo cobijarse en tu recuerdo cada vez que me subo a un autobús, pero era temprano y no necesitaba muchas escusas para dejar que mi mente cobrará el mando de mis pensamientos y cabalgara hacia lugares dónde ya había estado antes, y quería volver, pero no decirlo.
Pensé que la brisa no era más que un aviso de que mirara hacia atrás, hacia el lago profundo donde guardo mis secretos, que he estado toda la noche pensando en el tacto de tu abrigo, y si es áspero yo pensaba en él como si acariciara la hierba mojada que se esconde bajo los rayos de sol que amenazan con deslumbrarte a las cuatro de la tarde.
Pensé en los oscuros antros en los que me perdería si no volvería a usar tus manos, si no volvería a esconderme en tu regazo para no encontrarme a mí. Ya he dejado de buscar pájaros tristes que se caen antes de alzar el vuelo, ahora busco respuestas que me miran desde el otro lado de la habitación deseando que las encuentre, deseando gritar ¡Sí!
Una pradera húmeda es el rincón donde se encuentra mi cabeza, un marco de flores viral en las que juego a arrancar pétalos, hasta que una luz me abrace y me diga que es hora de volver a casa, que se está haciendo de noche y puede empezar a llover, que la lluvia me dará la soledad de la que ando huyendo, y me voy.
Tengo miedo a la oscuridad, el terror nocturno es miedo a la soledad, a estar sola cuando vengan a llevarte consigo monstruos y fantasmas disfrazados de monstruos y fantasmas sin armas de fuego.
Pensé en la ráfaga de viento que se levantaba detrás de tu casa una y otra vez, y giré la cabeza, por fin salí del pantano mugriento y pude ver una oleada cálida en tu ombligo, un trozo de arena mojada, un suspiro desbocado de satisfacción que me traía la vida plena, la tranquilidad en la sombra de un roble, agazapados, con la certeza de saber que puedo volver siempre que quiera.

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