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domingo, 22 de noviembre de 2015

Como echar a volar


Llevo horas buscando una canción que me arrope, y echarle la culpa a ella de todas las palabras que suelto y decir, que esto es solo mera inspiración y no: que quiero hacerlo, que me provocas, que es real, que es muy real y que no es mentira.
Ya sé como será mi lápida, lisa, sin color ni letras, porque no pretendo llevarme ningún secreto a ella, así que búscame en mi lecho de muerte, porque confesaré todo lo que nunca me he atrevido a quererte porque después tendría que vivir con la carga de saber que sabes lo que tengo yo adentro. Tal vez sea demasiado surrealista (y asqueroso), imaginarnos en todas las ciudades posibles del mundo, debajo de edificios enormes, cuando yo prefiero -no digo me basta, porque me sobra todo lo que llevo a cuestas- un trozo de hierba mojada.
Si la vida es lo que pasa mientras mueres, yo solo quiero que pases tú.
Quiero tantos deseos que me creo que los cohetes son estrellas fugaces, y me arranco las pestañas una a una para soplar siempre la misma frase.
Soy transparente con trampa. Un espejo al revés con trozos de papel pegados en la parte de atrás, pero, eh, se me cuelan por las rendijas.
Lo que vengo a contar es que quiero pisar descalza tropecientos de tréboles, y caminar debajo de los almendros, porque es lo que veo al otro lado de mi ventana, vamos, que me da lo mismo blanco que negro, azul que verde, amarillo que rojo, si mis dedos están sujetando a los dedos correctos.
Pero solo a los correctos.
A nadie más.
Tengo las ventanas abiertas y se van a volar todos mis trozos de papel
No pienso cerrarlas.

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