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lunes, 12 de octubre de 2015

La niña de la luz violeta

Pequeña niña de luz violeta, ¿Dónde estás? ya ni te reconozco, no te encuentro entre la oscura maleza del bosque. Te he buscado debajo de mis costillas y solo veo un corazón seco y gastado. La verdad es que me asusta mirar debajo. ¿Dónde están tus opiniones sobre el mundo? Me desespera no encontrar el martillo de plata con el que rompiste todas las paredes que se juntaban poco a poco, y todas esas puertas blindadas que no se abrían, siendo ellas las mayores oportunidades de mi vida. ¿Dónde dejaste todas las frases que me susurrabas antes de cada día? Que el mundo estaba hecho sólo de hojas, y tú eras una piedra coloreada con acuarelas que no borraba el agua.

Te han envuelto en sacos de esparto. ¿Y tu luz? Echo de menos el desparpajo con el que te enfrentabas a los días lluviosos en los que no te dolía la cabeza, y mojarte no era una terrible noticia para tu pelo. Has dejado que te amolden como a un trozo de plastilina nueva.

Te echo tanto de menos.

Tanto, que me arrancaría cada trozo de mi piel para dejarte salir. Para que brillases con luz propia otra vez, y contáramos juntas los días en los que no te abrías las rodillas de tanto correr por suelos resbaladizos y celebráramos los cuatro días seguidos y después los cinco, los seis, los siete y los ocho, así hasta que hubiera cicatrizado por completo. Celebrar que tu piel está lisa, que no tienes las manos atadas y que todas las cuerdas que te atan al suelo han sido cortadas de raíz.
¿Dónde dejaste esos andares san seguros? Ahora dudas ante la idea de dar un paso.

No pierdo la esperanza de que algún día te poses sobre mis hombros, te abraces a mí por la espalda y podamos dormir, andar, respirar y sentir sin piedras de por medio.

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