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lunes, 21 de abril de 2014

Corazón de martillo.

Vivo en la desesperancia de ser y no parecer. Pues me pudro en cada aroma que desprende tu piel, y no lo parece.
Tus ojos son como una explosión de angustia, en la que me pierdo continuamente. La angustia me mata, me come y me absorbe. Mis ojos se hacen ceniza al encontrarse con los tuyos.
Mi piel se seca porque eres odio. Odio de mi a mi. Eres algo roto que rompe lo demás, y yo... Yo vivo enamorada de lo roto, de lo podrido, y media parte de mi cuerpo lo está. Es reconfortante para mí arreglar algo, alguien, porque imagino que soy yo. Nadie me ha arreglado en estos años que llevo de vida, y he empezado a creer que nací rota, que algo estaba mal desde el principio.
En tus piezas veo las mías. El deseo porque tu corazón sienta algo es más grande que el deseo porque el mío deje de hacerlo. Estas destruido y estás destruyendome. Mi destrucción no te da fuerzas, es alivio, y poca importancia.
Mis ojos se hacen polvo, del esfuerzo por sostenerse. Mis manos se hacen líquido, de sostener tus piezas, de unirlas. El esfuerzo es enorme, pero el resultado más, por el simple hecho de que tienes más piezas de las que poseias, porque siempre he dicho que es mejor estar roto que podrido, porque lo roto se arregla, pero lo podrido no se puede resucitar.
Cuando te encontré, tus piezas estaban perdidas, las habías dejado en cada sitio donde habían sido arrancadas. Tu alma estaba desperdigada por los bares de la ciudad y el en fondo de las botellas de Tequila. 

No había piezas, por eso arranqué las mías. Dolía, y duele. Pero aquí estoy, utilizando mi corazón como martillo y mi sangre como pegamento para unir el perfecto mosaico que es tu alma

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